La soledad del grillo y su grandeza

Murió el Grillito, el Grillo C, calladamente.

Murió en silencio. Los programas y la crónica deportiva enmudecieron su muerte.

La Federación ausente mantuvo vacio el Mausoleo. Una voz desconocida, desamparada, me dio la noticia. Eran las 11.40 de la noche, cuando no había nada que hacer. “Está en la Clínica Santo Domingo de la San Vicente de Paul, me dijo, acongojada. Yo soy la señora que le atendía. Murió en la clínica y no tengo a nadie.” No era una noche cualquiera. Llame de inmediato a la oficina del Licey, nadie me contestó. El Glorioso conmemoraba el 107 aniversario de su fundación Grillito formaba parte del festejo. Pero se sentía mal. Invitado, no pudo asistir al Estadio Quisqueya y tirar, simbólicamente, la primera bola, que sería la última.

Morir solo, en la soledad del silencio, causa tristeza. Alejado del play y de los fanáticos, de su público que le vio defender la enseña azul desde el bosque central con su impecable fildeo y como primer bate, esperando el remolque con sus veloces piernas de Alcibíades Colon y de los tanques: Bert Hass, Alonso Perry y Luis Rodriguez Olmo, escribiendo páginas de gloria.

Lo disfrute como fanático para rencontrármelo tiempo después en el play en las postrimerías de su carrera beibolistica yo vestido de uniforme luciendo brevemente las cinco letras del glorioso en mi pecho: ¡Licey Campeón!. Y luego, muchas veces, en cada Ceremonial de Exaltación de los Inmortales del Deporte de República Dominicana con su sempiterno compañero de butaca del «Arrocero de Mao”, recordando viejos tiempos, tiempos mejores, de grandes hazañas.

Se nos fue Grillito, Luis Arturo Baez. Fildeando otras alturas nos dijo adiós y se nos fue tal como fue su vida, sin ruido, en silencio, callado y humilde, con la grandeza de la humildad. Allá se encontrará con sus dos hermanos: Pedro y Andres Julio, Grillo A y Grillo B, y formaran la trilogía de los Grillos, unidos con otros grandes inmortales del Club Atlético Licey: Guayubin Olivo, Manolete Cáceres, Olmedo Suarez, Chichi Olivo, Enrique Lantigua, Manuel Henríquez mentor y guía, y los pasados presidentes del Club: Tancredo Aybar, Monchin Pichardo, Johnny Naranjo, que siempre le dispensaron al Grillo C, merecidas atenciones.

Héroes del Licey de aquel entonces que impulsaron el renacer del beisbol profesional en aquel inolvidable verano del 1951, y mantuvieron su estela luminosa aquí y en playas extranjeras, para perpetuarse por siempre en la memoria de los adoradores del Deporte Rey.

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